Andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe a dónde va. (Juan 12:35)
Cuando un cristiano peca y participa en las obras de las tinieblas, es como si hubiera tenido una recaída.
Imagínese que está perdido en una cueva. Cuando trata de encontrar la salida, solo se adentra cada vez más en el laberinto de túneles. Pronto está en el vientre de la tierra. Está asustado. Le late con fuerza el corazón. Tiene los ojos bien abiertos, pero lo único que ve es una oscuridad agobiante. Anda a tientas durante horas, y las horas se convierten en un día, y luego otro día.
Toda esperanza parece perdida. De repente, a cierta distancia, se ve una lucecita. Usted se mueve hacia ella, tratando de no caer en un hoyo profundo. ¡Al fin la luz comienza a ampliarse y usted se encuentra en una abertura de la cueva! Con la fuerza que le queda reanuda su viaje hacia la luz del día. Descubre entonces una libertad como nunca la había concebido como posible. Sin embargo, poco después de escapar piensa que había varias cosas de las que disfrutaba en la cueva. De modo que regresa. ¡Cuán insensato! Pero eso es lo que hace un cristiano cuando va tras las obras de las tinieblas.
Tomado de Gracia a Vosotros
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