Nuestro deseo de ser felices es muy débil. Nos conformamos con una casa, una familia, algunos amigos, un trabajo, una que otra salida a cenar, unas vacaciones cada año, una plasma y la última laptop. Nos hemos acostumbrado a esos placeres tan pequeños, poco excitantes y de corta duración que nuestra capacidad de gozo se ha marchitado. Y por tanto nuestra adoración se ha marchitado también.
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