lunes, 6 de julio de 2009

La santidad del hombre de Dios


El profeta Isaías vio a Dios sentado en un trono, alto y sublime, y con los ángeles que volaban alrededor, gritándose entre sí:

"Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria" (Isaías 6:3)

De inmediato, Isaías clamó desesperado, porque reconoció su pecado en la presencia del Dios santo. En presencia de la santidad divina adquirimos conciencia de nuestra propia falta de santidad.

La palabra santidad significa que se es "apartado y separado". Debemos ser separados de todo lo que mancha nuestro mundo y ensucia nuestra vida: libres de todos los pensamientos de pecado, las emociones destructoras, las imágenes impuras, los motivos indeseables y las actividades dudosas.

Nosotros no nos podemos hacer santos a nosotros mismos. Sólo nos podemos volver santos por medio del poder de Cristo y la obra del Espíritu Santo en nuestra vida. A través de una vida pura y limpia, le revelamos a nuestro mundo la realidad del Dios santo en nuestra vida.

Isaías 35:8 proclama que Dios está haciendo una calzada de santidad por la cual no podrán viajar los malvados: "Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará".

Dios quiere que su vida sea esa calzada; el camino por medio del cual otros se sientan atraídos a Cristo; el camino por el cual El podrá traer el avivamiento a nuestra tierra. Por mucho que oremos, nos sacrifiquemos y le supliquemos a Dios, no podrá venir el avivamiento mientras no nos tomemos en serio nuestra santidad.

Un corazón y una mente impuros, que no son capaces de reconocer el pecado, constituyen una barrera para que oremos y busquemos al Señor con eficacia. Si decidimos llenarnos la mente con pornografía, violencia, inmoralidad, odio, promiscuidad y egoísmo, y darle a todo eso el nombre de diversión, Dios no va a escuchar nuestras oraciones.

Nadie puede tener el corazón en un estado y producir fruto en el estado opuesto. El estado de su corazón va a afectar a sus acciones y sus acciones a su vez van a reflejar su corazón.


Tomado de El Hombre que Dios Usa, por Henry y Tom Blackaby.

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